lunes, 23 de enero de 2012

Mons. Negri: “Si no intervenimos cuando se ataca la fe, ¿cuándo lo haremos?”

*

negri

*

Presentamos nuestra traducción de un artículo de Mons. Luigi Negri, obispo de San Marino-Montefeltro, en el cual, con la claridad que lo caracteriza, se refiere a la polémica representación teatral blasfema que tendrá lugar en la ciudad de Milán en los próximos días y a las reacciones que ha suscitado dentro de la Iglesia.

***

Intervengo sobre la base de las noticias leídas y escuchadas en este período. Noticias que son a veces confusas y contradictorias en los detalles, pero claras en cuanto a la sustancia, provienen de fuentes diversas y ciertamente por eso no están ideológicamente condicionadas.


Me parece que, en primer lugar, hay que decir que este es un episodio miserable desde el punto de vista de la expresión, no digo artística, sino de la expresión humana. Y es ciertamente confirmación de aquello que ya he dicho inmediatamente después de los enfrentamientos de Roma del pasado 15 de octubre, con el fin de destruir la estatua de la Virgen: el hilo conductor, que une expresiones que aparentemente parecen ser muy diferentes, es el anticristianismo.


Actualmente la ideología dominante es ya la anticristiana, aquella que tiende a la abolición sistemática de la presencia y del anuncio cristiano, que es sentido como una anomalía que pone en crisis esta homologación universal puesta en marcha por la mentalidad laicista, consumista, instintivista.


Por lo tanto, desde este punto de vista, el juicio no puede ser sino inapelablemente negativo: es una expresión mezquina de una voluntad de eliminar la tradición cristiana, en este caso atacando el contenido fundamental de la fe. Atacando la imagen y la figura de Jesucristo, sobre el cual, en el escrito final – creo que estará todavía a pesar de todas las modificaciones a las que de algún modo se han visto obligados –, aparecerá el rechazo de su ser hijo de Dios. Y por lo tanto se manifiesta la voluntad de sustituir la filiación divina con la proclamación de la propia autonomía y autosuficiencia, que ha sido el delirio de la modernidad.


Está luego el problema de la reacción. Sobre esto debo conducirme con mucho cuidado porque no quiero prestarme a ninguna crítica a otras Iglesias o a otros hermanos. Me ha alegrado mucho saber que – en una situación análoga – la Iglesia francesa y en particular la cabeza de la Conferencia episcopal francesa, el cardenal de París, ha propuesto un gesto rigurosamente penitencial frente a esa blasfemia, implicando la estructura fundamental de la Iglesia.


Yo me pregunto esto, y sobre esta pregunta me detengo: una Iglesia particular – o un conjunto de Iglesias particulares que adhieren a las Conferencias episcopales nacionales – que no reacciona en términos absolutamente esenciales y públicos a este violento ataque a la tradición católica, yo me pregunto: si no interviene sobre este punto, ¿sobre qué interviene?


¿Qué pone más en crisis la posibilidad de una comunicación objetiva de la fe que esta serie de iniciativas que buscan desacreditar, criminalizar, corromper nuestra tradición? Ciertamente que si las así llamadas Iglesias oficiales – pero el término me resulta absolutamente desagradable porque la Iglesia es una sola, no es ni la oficial ni la carismática: la Iglesia es el misterio del pueblo de Dios nacido del misterio de Cristo muerto y resucitado y de la efusión del Espíritu, por lo tanto hay una sola Iglesia -; si la Iglesia no reacciona adecuadamente, ciertamente de una manera no rencorosa, no agresiva, asumiendo en sentido igual y opuesto la actitud demencial de estos falsos hombres de cultura; si no reacciona la Iglesia, entonces necesariamente pueden intervenir de manera protagónica gente o grupos que en la Iglesia les preocupa enormemente no sólo la defensa de la Iglesia sino también la expresión legítima de sus convicciones.


Entonces no se diga luego que la protesta es de los tradicionalistas; la protesta es de los tradicionalistas porque la Iglesia como tal no toma una posición, que a mí me parecería absolutamente necesaria.


En mi diócesis no está previsto el espectáculo, afortunadamente. Esta es la ventaja de las pequeñas comunidades diocesanas, al margen del gran imperio de los medios masivos de comunicación. Pero en el caso de que en la diócesis de Milán se realizara efectivamente, yo debo considerar que todavía soy inmanente a Iglesia de Milán y lo seré mientras viva. Soy cabeza, soy padre, de la Iglesia de San Marino-Montefeltro, pero soy hijo de la Iglesia de San Ambrosio y de San Carlos, en la cual he recibido el bautismo y todos los sacramentos hasta la ordenación episcopal. Por lo tanto no podré no considerar una toma de posición discreta, medida, que afirme el disentimiento de un obispo de origen ambrosiano frente a aquello que ocurre en el ámbito de la sociedad de Milán.


***

Fuente: La bussola quotidiana


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

0 Comentarios: