jueves, 6 de mayo de 2010

Los frutos del paso del Sucesor de Pedro

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BENEDICTO Y MONS XUEREB

El Santo Padre con sus dos secretarios, Mons. Xuereb y Mons. Gaenswein

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Invitamos a leer esta hermosa entrevista a Mons Xuereb, de la secretaría particular del Santo Padre, en la que se reflejan algunos de los muchos frutos de la visita apostólica que Benedicto XVI realizó recientemente a la isla de Malta.

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“Desde la nube oscura, descienden luego para ti brillantes gotas de cristal”. Sabiduría antigua la del pueblo maltés, acostumbrado a leer signos de esperanza también en las dificultades. Sucedió con el naufragio de san Pablo, transformado en ocasión providencial para la evangelización del pequeño archipiélago; y de algún modo sucedió de nuevo con el viaje realizado por Benedicto XVI el 17 y el 18 de abril pasados, para celebrar los 1950 años de la llegada del Apóstol a la isla. Palabra de quien conoce bien tanto a Malta – donde nació cincuenta y un años atrás y donde fue ordenado sacerdote en 1984 – como al Pontífice, de quien es secretario particular. Y desde esta óptica privilegiada, monseñor Alfred Xuereb ofrece a nuestro periódico una relectura de la visita del Papa. Una visita abierta bajo la “nube oscura” provocada por el volcán islandés, que paralizó los cielos de media Europa, y bajo la de los ataques mediáticos a la Iglesia por algunos casos de abusos sexuales cometidos por miembros del clero. Pero que se ha concluido con las “gotas de cristal” de un éxito que ha ido más allá de las previsiones más optimistas. Discreto y reservado, como exige el cargo que ocupa desde septiembre de 2007, en esta entrevista monseñor Xuereb cuenta el “detrás de escena” del decimocuarto viaje internacional de Benedicto XVI.

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En la audiencia general del miércoles 21 de abril, el Papa comparó la acogida recibida en Malta con la experimentada 1950 años antes por san Pablo después del naufragio. Usted, que lo acompañó de cerca, ¿puede contarnos como ha sido?


La calurosa hospitalidad que san Pablo recibió de los habitantes de la isla está documentada por el capítulo 28 de los Hechos de los Apóstoles. En los primeros dos versículos se narra que, “una vez a salvo”, Pablo y los suyos se enteraron que “la isla se llamaba Malta” y que “sus habitantes” trataron a los recién llegados “con rara humanidad”. Esta bellísima expresión es muy querida por los malteses. Y tal vez el texto en alemán de los Hechos lo hace todavía más elocuente cuando explica que los malteses demostraron una amistad y una cordialidad no comunes, recibiéndolos con: ungewönliche freundlichkeit. Sabemos que Pablo había hecho junto a Lucas muchísimos viajes, durante los cuales habían experimentado varias veces la acogida de las poblaciones visitadas. Pero en Malta debe haber sido de tal modo especial que los impulsó a dejar por escrito un testimonio de aquella experiencia. Por lo que he podido constatar personalmente, pienso que tranquilamente se puede afirmar que una cordialidad similar se ha reservado al Pontífice: comenzando por las palabras de bienvenida que le dirigió el presidente de la República, el señor George Abela, hasta el canto de los cinco mil niños que en la plaza frente al palacio presidencial en La Valeta le han deseado un feliz cumpleaños en maltés, en inglés y en alemán.

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¿Benedicto XVI se esperaba todo esto? Y usted, personalmente, dado que conoce bien a sus compatriotas, ¿era optimista al respecto?


El Papa habló varias veces en privado de este bello encuentro con la población de Malta: de la multitud entusiasta que lo hizo feliz, sorprendiéndolo con tanta cordialidad. Yo tenía confianza en el éxito del viaje porque conocía el gran esfuerzo organizativo que hubo tanto aquí, en el Vaticano, por parte de las oficinas competentes bajo la atenta guía de la Secretaría de Estado, como en Malta, por parte de la Iglesia y del Gobierno. La nunciatura apostólica en Malta ha coordinado todo con particular cuidado, afrontando y resolviendo los diversos problemas a medida que surgían. Personalmente debo admitir, sin embargo, que estaba temeroso de que los ataques mediáticos lanzados injustamente contra la persona del Papa pudieran, de algún modo, oscurecer su mensaje. Viviendo en una era tecnológica, mi preocupación era también que la población maltesa prefiriera la comodidad de la casa y seguir los acontecimientos por televisión, en lugar de salir a las calles para recibirlo. En cambio, desde este punto de vista, el viaje fue un gran éxito porque ha estado la reacción contraria: a lo largo del trayecto del papamóvil, no había una calle que no estuviese llena de hombres, mujeres, jóvenes y niños en fiesta; todos agitaban banderines con los colores del Vaticano y de la República de Malta; las bandas musicales sonabas en las plazas frente a las cerca de cuarenta iglesias encontradas a lo largo del camino. Diversas parroquias han expuesto la estatua del santo patrono, como expresión de bienvenida, invocando la bendición del Pontífice.

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Usted ha sido uno de los poquísimos testigos del encuentro del Papa con las víctimas de abusos. ¿Puede describirnos el ambiente?


Fue un momento muy conmovedor y de especial gracia. En la capilla de la nunciatura, primero el obispo de Gozo, monseñor Mario Grech, introdujo el encuentro con una breve oración en un clima de gran recogimiento que me llevó con el pensamiento a la experiencia de Pentecostés, cuando el Espíritu descendió sobre los apóstoles reunidos, junto a María, en el Cenáculo. Sobre todo, se destacó la singular paternidad de Benedicto XVI. Basta pensar que el portavoz de las víctimas refirió así a los periodistas que lo han entrevistado: “Cuando me encontré con el Papa, me di cuenta que tenía frente a mí a una persona muy distinta de la que se describe en los medios”. Y quedó impresionado por el hecho de que el Papa estaba visiblemente conmovido y sinceramente apenado por lo ocurrido. Benedicto XVI apreció también su coraje en denunciar a quienes cometieron los abusos. Además, las víctimas quedaron conmovidas por el hecho de que el Papa tomó sus manos entre las suyas. Ese momento me recuerda el gesto misericordioso de Jesús que tocaba y sanaba. También en este caso hemos tenido una sanación, tal vez no física, pero seguramente espiritual y psicológica. Tal es así que uno de ellos afirmó: “Ahora ya es para mí un capítulo cerrado. Ahora puedo recomenzar con confianza renovada en la Iglesia y en los miembros de la Iglesia que son fieles a su ministerio sacerdotal”. El encuentro duró cerca de media hora pero los presentes tuvieron la sensación de que, si hubieran hablado más, el Papa los habría escuchado todo el tiempo. Y esto, a pesar de que estaba cansado y con bastante retraso en el programa previsto. Por eso, cuando se despidió, los presentes nos pidieron varias veces, con insistencia, que ofreciéramos al Papa su vivo agradecimiento. Y se leía en sus rostros mucha emoción. Quisiera agregar que este encuentro fue bien preparado por los obispos de Malta y por sus colaboradores. El arzobispo, monseñor Paul Cremona, ya se había encontrado con las víctimas en su residencia particular. Ese encuentro duró más de dos horas, en un clima de particular emoción.

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Más allá del protocolo y de los discursos oficiales, ¿puede subrayar algún detalle de la visita del Papa?


Varias veces, antes del viaje a Malta, Benedicto XVI había expresado el deseo de visitar un sitio paulino. Por eso, cuando estando solo, de rodillas, pudo rezar en el lugar que fue la morada del Apóstol durante los tres meses de su estancia en Malta, es como si hubiese podido sumergirse en esa realidad y encontrar personalmente al gran evangelizador de los gentiles. Es como si hubiera podido tocar con la mano al apóstol que conoció a través de sus cartas.

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Y luego, el domingo, estuvo la Misa en Floriana.


Ha sido el corazón de la peregrinación. Pienso que, durante la celebración de la Eucaristía, el Papa pudo percibir la fe madura de los presentes, expresada a través de una devoción sincera, que no era sólo exterior: los cincuenta mil presentes en la plaza de los Graneros han escuchado sus palabras con atención y han participado con conciencia en la liturgia eucarística. Durante la acción de gracias después de la Comunión, había tal silencio que podía sentirse el canto de los pájaros en los árboles de alrededor. Desde esta experiencia de una Iglesia viva que celebra la victoria del Señor Resucitado sobre el pecado y sobre la muerte, el pueblo de Malta ha vuelto a partir fortalecido en la fe.

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¿Todo lo contrario del ruido ensordecedor de los jóvenes en el puerto de La Valletta?


Sí, se sabe, los jóvenes son así. Pero era evidente que se trataba de una alegría interior. Tanto durante la navegación en catamarán como en el puerto donde estaba instalado el escenario, Benedicto XVI experimentó la frescura de esta Iglesia que sigue creciendo sobre todo gracias a las nuevas generaciones que quieren conocer a Cristo. Esto se refleja también en las comunidades parroquiales, donde los jóvenes participan activamente en las celebraciones y en los encuentros de formación. Muchos turistas al regresar de Malta se muestran maravillados de que, mientras en muchas iglesias de Europa se ven en su mayoría personas ancianas, en las parroquias del archipiélago es normal encontrar muchos muchachos y muchachas.

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Los malteses parecen tener una original mezcla entre rigor británico y luminosidad mediterránea. ¿Se reconoce en esta definición?


Me parece que los malteses están hechos de otra pasta. A pesar de un siglo y medio de dominación por parte del imperio británico, los malteses no hemos aprendido mucho a observar la puntualidad, ni la precisión típica de los ingleses; al contrario, somos ruidosos y mucho más espontáneos, por no decir también poco cuidadosos de la formalidad y del protocolo. Pero, por otro lado, como dice usted, somos un pueblo solar. Y esto lo han notado también algunos de los miembros del séquito papal apreciando la frescura de los rostros y el calor sincero.

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Usted es uno de los muchísimos sacerdotes malteses que viven lejos de la patria.


Desde que tengo el privilegio de vivir en el apartamento pontificio, varias veces Benedicto XVI ha mostrado su sorpresa y su satisfacción al constatar cómo muchos sacerdotes y muchas religiosas malteses están presentes en diversas partes del mundo. Se lo refieren, sobre todo, los obispos en visita ad limina. Este hecho, sin embargo, no es sólo una cuestión de generosidad por parte nuestra de la que evidentemente estamos orgullosos, sino que tiene también un impacto positivo en la comunidad eclesial local. Ella ha seguido siendo una Iglesia viva porque es misionera: cuando estos misioneros visitan a sus familiares en Malta, organizan Misas o encuentros en los que cuentan sus experiencias. Y la población se siente involucrada en la pastoral misionera: no se limita a recoger dinero y alimemtos para luego enviarlos a quien tiene necesidad a través de “su” misionero, sino que sigue los proyectos, se dirige a los lugares para dar una mano. Precisamente durante el viaje del Papa he descubierto con placer cómo están aumentando los grupos, especialmente de jóvenes, que van a hacer experiencias misioneras junto a sus sacerdotes, en India, Brasil, Albania, Etiopía, Guatemala, Perú, y en otras partes del mundo donde trabajan nuestros misioneros. El Santo Padre, como se sabe, se ha encontrado con más de doscientos en la iglesia de San Pablo en Rabat, en la noche de su llegada a Malta.

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¿A qué se debe esta generosidad?


Normalmente, los misioneros malteses logran insertarse y adaptarse bien en el ambiente en que se encuentran. Para ellos, importa mucho el sensus ecclesiae, por el cual trabajar en Australia, o en África, o en Brasil, es como trabajar para la Iglesia de Malta. Yo provengo de la diócesis de Gozo: veintisiete mil habitantes, quince parroquias, un centenar de sacerdotes. En el período de formación, los seminaristas son enviados a hacer una experiencia de trabajo en el exterior, interrumpiendo los estudios por un año entero. Yo he vivido el año intermedio trabajando en un hospital de Alemania. También está previsto que, después de la ordenación sacerdotal, se dediquen al menos dos años de ministerio fuera de Malta para experimentar la universalidad de la Iglesia.

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¿Y usted fue enviado a Roma?


En realidad, como joven sacerdote, quería ser misionero, tal vez en Brasil, porque mi obispo de entonces, monseñor Nikol Joseph Cauchi, actualmente emérito, nos había animado a formar en el seminario un grupo misionero del cual yo era secretario. Quería partir para una tierra de misión, atraído también por el bello testimonio de sacerdotes de mi diócesis que desde hace años trabajaban en el exterior. Sólo que, cuando manifesté mi deseo al obispo, me dijo que no quería disuadirme de este buen propósito, pero que primero consideraba útil que adquiriera experiencia en Europa porque la experiencia misionera, además de fascinante, es además difícil. De este modo, hice ricas experiencias pastorales en dos parroquias romanas: allí aprendí a ejercer el ministerio sacerdotal ofreciendo mi contribución en la catequesis de los adolescentes y de los adultos y en la mesa para los pobres donde, a los inmigrantes de lengua árabe, trataba de hacerlos sentir acogidos saludándolos con frases maltesas, dado que los idiomas son similares. Posteriormente, la Providencia me condujo por una “nueva ruta”.

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La legislación maltesa no legaliza ni el aborto ni el divorcio. ¿Considera que este modelo puede ser exportable o que, tarde o temprano, Malta terminará por alinearse con el resto del mundo?


Muchos países, sobre todo europeos, consideran que en la legislación maltesa hay un déficit de democracia. En cambio, aquí la legislación refleja los sentimientos de la mayoría de la población, que adhiere al Evangelio más que a la mentalidad secular del mundo de hoy. Y, de este modo, los malteses, por usar la alegoría evangélica, constituyen aquella luz que es colocada no bajo la cama sino sobre el candelero; una ciudad sobre el monte, que está allí, como testimonio para todos aquellos que quieran aceptarlo. Obviamente, si cambiaran las cosas, considero que esto sería un paso atrás y no ciertamente un progreso.

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Encrucijada entre Europa y África del Norte, el archipiélago representa con frecuencia una ruta obligada para los desesperados en busca de nuevas posibilidades. Pero las políticas maltesas en materia de inmigración atraen muchas críticas. ¿Puede ayudarnos a entender cómo están realmente las cosas?


Creo que se trata de una impresión equivocada. Los hechos demuestran lo contrario: desde el 2002, cuando se iniciaron los desembarcos del norte de África, han sido recibidos más de trece mil inmigrantes. Muchísimos sobre una población de apenas 443.000 personas que, sin embargo, detenta el record europeo, y el tercer puesto en el mundo, de densidad demográfica. Hoy los inmigrantes son cerca de cuatro mil, acogidos en numerosas estructuras, asistidos, tanto por el Gobierno, que provee con un pequeño sustento económico, y ha reforzado las leyes contra la explotación equiparando los inmigrantes a los empleados malteses; como por la Iglesia, que ha puesto en marcha catorce casas de acogida y les ofrece alimentos, ropa, y trata de ayudarlos a obtener los documentos o un empleo. Hay que agregar que ellos no tienen intención de permanecer en Malta: su destino es Europa continental para reunirse con amigos y familiares que los han precedido.

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Concluyamos volviendo al viaje. ¿Ha tenido respuestas por parte de los malteses?


Al volver al Vaticano, he sido inundado con emails, sms, y llamadas telefónicas, de gente que ha quedado particularmente impresionada por las expresiones dulces y paternas de Benedicto XVI. Han escrito para manifestar su gratitud al Papa. Uno de estos mensajes decía: “Nos ha sucedido como los Apóstoles cuando Jesús ascendió al Cielo: el Papa partió, ¡pero nosotros continuamos hablando de él con el corazón lleno de alegría!”. Otro decía: “Se me ha partido el corazón viéndolo partir, sin embargo, el Papa dejó tras de sí una huella de santidad”.

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¿El Papa dijo algo al respecto?


Volvía con gusto a hablar de la emocionante experiencia vivida en Malta, y cuando le confié el infinito reconocimiento por el grandísimo don que nos hizo al haber elegido visitar Malta, entre tantas invitaciones que recibe cada día, él respondió: “¡El regalo lo he recibido también yo!”. Me ha quedado en el corazón la impresión de que así como san Pablo, después de haber experimentado una furiosa tempestad, salió de la isla reanimado por la “rara humanidad” de los habitantes a los que había ofrecido el don de la fe cristiana, así también ha ocurrido para nuestro amado Benedicto XVI.

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Fuente: L’Osservatore Romano


Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

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