jueves, 16 de octubre de 2008

Un digno sucesor del Apóstol San Pedro

*

Juan_Pablo_II

*

En estos meses, hemos recordado el 30º aniversario de la partida de Pablo VI, así como el de la elección y repentina muerte de Juan Pablo I. Ahora es el turno de recordar que hace exactamente 30 años Karol Wojtyla era llamado a la Sede de Roma. Sería imposible, en pocas líneas, presentar el resumen de un pontificado tan rico y extenso; a quien desee profundizar en él, le invitamos a visitar el excelente blog Juan Pablo II. Por nuestra parte, ofrecemos la traducción de un artículo que L’Osservatore Romano publicó hoy, en el cual el Cardenal Dziwisz recuerda la elección del Papa polaco y, con palabras de Benedicto XVI, invitamos a nuestros lectores a “renovar la acción de gracias a Dios por haber donado a la Iglesia y al mundo un Sucesor tan digno del apóstol san Pedro”.

***

“¿Cómo me recibirán los romanos, qué dirán de un Papa venido de un país lejano?”. Un momento antes que los ceremonieros abrieran las puertas de la logia de las bendiciones, la tarde del 16 de octubre de 1978, Karol Wojtyla, recién convertido en Juan Pablo II, pensaba en cómo Roma habría mirado a un “Pontífice extranjero después de los bellísimos e importantes Pontificados del siglo XX”. Esta revelación es del cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia, por treinta y nueve años secretario particular de Wojtyla.

*

“Cuando pude acercarme, venciendo la emoción de verlo por primera vez vestido de blanco - cuenta el hoy cardenal -, me confió su preocupación por Roma. Me dijo también que, apenas se asomó, se había tranquilizado porque en la acogida de la gente en la plaza de San Pedro había percibido un sentimiento de esperanza. Dijo precisamente así: he sentido la esperanza. Añadió que el mirar la plaza desde la logia le había reforzado la conciencia de ser Papa en cuanto Obispo de Roma. En resumen, entre el Papa polaco y Roma hubo amor a primera vista. Estaba felicísimo y cuando, con los años, volvía con el pensamiento a esa preocupación inicial, lo hacía precisamente para sentirse más que nunca “romano de Roma”.

*

Son nítidos los recuerdos de aquel día de treinta años atrás en don Stanislao, como se lo sigue llamando, no obstante la púrpura, casi para mantener aquel vínculo con Wojtyla. “En el momento de la fumata blanca – cuenta – también yo estaba en la Plaza de San Pedro, cerca de la puerta de la basílica. Cuando el cardenal Pericle Felici pronunció, en latín, el nombre Carolum me di cuenta de que estaba por ocurrir lo impensable. Luego dijo: Wojtyla. Grité de alegría antes de quedar petrificado hasta que estuve acompañado por mi obispo convertido en Papa”.

*

Juan Pablo II lo ve apenas vuelve a entrar después de la primera bendición. Recuerda: “Le dije de inmediato que la multitud había recibido su elección con alegría y yo mismo había personalmente tocado con las manos aquella esperanza que él había percibido. La había visto en los rostros, la había escuchado en las palabras de las personas que estaban junto a mí en la Plaza de San Pedro. Soy testigo de cómo la sorpresa por su elección – alguno pensó que el nuevo Papa era africano después de haber escuchado aquel apellido difícil – se transformó inmediatamente en esperanza, tal vez por la carga de novedad que traía consigo”.

*

Don Stanislao cuenta otro episodio de aquellas primeras horas del Pontificado: “Con una sonrisa cómplice y un poco de su humor quiso contarme el primer salto al protocolo. Antes de asomarse, el maestro de ceremonias, monseñor Virgilio Noé, le había recomendado al nuevo Papa impartiera la bendición sin hacer discursos. Juan Pablo II, sin embargo, no logró contenerse y comenzó a hablar en italiano. Un saludo que quedará en la historia: “Me han llamado de un país lejano… si me equivoco, me corregiréis”. Al contármelo, se mostraba seguro de que había estado bien hacer aquel breve discurso pero, al mismo tiempo, parecía casi disculparse con sus colaboradores por la primera de sus miles de improvisaciones”.

*

La elección del primer Papa eslavo, prosigue el cardenal, “era una novedad que hacía temblar los pulsos”. Mientras iniciaba mi nuevo servicio, pensé en las personas que en Cracovia rezaban para que no fuera elegido ya que no querían que dejara la arquidiócesis. Y me acordé también del funcionario polaco que, antes de la partida para el cónclave, había quitado al cardenal Wojtyla el pasaporte diplomático, dejándole sólo el turístico, con la amenaza de que harían las cuentas al retornar a la patria. La tarde del 16 de octubre no me quedé en el Vaticano, volví al Colegio polaco. No cerré los ojos. Por toda la noche estuve junto a la radio para encontrar noticias sobre cómo había sido acogida la elección del cardenal de Cracovia, sobre todo en Polonia. Me di cuenta de que la Iglesia del silencio comenzaba a hablar con la boca del Papa”.

*

¿Cómo vivió Juan Pablo II los momentos posteriores a la primera bendición? “No se dejó llevar por los nervios. Quiso cenar con los cardenales, luego se retiró a la habitación que se le había asignado para el cónclave, en el entrepiso del departamento del secretario de Estado. La compartía con el cardenal Corrado Ursi. Se puso a escribir de su puño y letra, en latín, el discurso programático para la Misa del día siguiente. Y comenzó a pensar en la homilía de la celebración para el inicio del ministerio petrino”. Es el discurso que se hizo famoso por el lema, línea-guía del Pontificado: “¡No tengan miedo! Abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo”. Explica don Stanislao que “estas palabras las había madurado a lo largo de los años. Eran expresión de su fe. Las ha vivido, rezado. Me dijo que las consideraba adecuadas para mover las conciencias e iniciar su nueva misión de proclamar el Evangelio al mundo entero. Soy testigo de que ha escrito aquella homilía solo. Conservo el texto autógrafo”.

*

¿El Papa era consciente de que aquellas palabras suyas habrían tenido un efecto detonante sobre todo donde la libertad era negada? “Sabía muy bien – es la convicción de don Stanislao – que las dictaduras se rigen sólo por el miedo. Para abatir aquellos regímenes no disponía de fuerzas armadas. El Papa no tiene divisiones, como irónicamente decía Stalin. Pero tiene la palabra. Su objetivo era claro: indicar la verdad de Cristo para infundir en la gente un sentido de libertad interior. Es este estímulo a la libertad el que ha dado a los pueblos la fuerza de cambiar, de luchar contra los sistemas represivos, políticos y económicos. Aquella invitación a no tener miedo ha desencadenado una revolución extraordinaria, sin derramamiento de sangre. Ha contribuido a hacer caer los muros y ha puesto en discusión la lógica de la guerra fría, querida por las grandes potencias nucleares”. Todo esto, sin embargo, no formaba parte de una estrategia política. Liberar a la gente del miedo ha sido, desde el primer día, la fuerza y la novedad de su Pontificado: “No se trata de ideologías sino del Evangelio. Quería que la Iglesia estuviera allí donde está el hombre”.

*

El secreto de Wojtyla ha sido, sin duda, mostrar el rostro humano de Dios. Don Stanislao está seguro: “Mi experiencia me dice que la gente no lo buscaba tanto a él sino a Dios, de quien él era testigo. Y revelo otro secreto: no se puede comprender a Juan Pablo II excluyendo la oración y su relación con la Palabra. En esto no hay nada de santurronería. Al contrario, nada en él parecía ser más natural. Ni siquiera el día de la elección dejó de lado este estilo”. Y agrega: “Nunca dejaba de buscar palabras y modos nuevos para anunciar a Cristo. Cuando dejaba de lado el protocolo, no buscaba popularidad sino un sistema para testimoniar el amor de Dios”. Hay un gesto que, en las palabras del secretario, expresa la impetuosidad espiritual de Juan Pablo II: el descender en la plaza, al final de la Misa del 22 de octubre de 1978, en medio de los discapacitados y levantar la cruz moviéndola como si fuera una bandera.

*

Para don Stanislao, en estos días, ha habido otro aniversario para recordar: el 8 de octubre de 1966 el arzobispo Wojtyla le propuso ser su secretario. “¿Cuándo debo iniciar?”, preguntó. “De inmediato”, fue la respuesta. Hoy comenta: “Aquel día aprendí a estar cerca de él. Lo he estado por treinta y nueve años, primero en Cracovia y luego en Roma. He visto mis vestiduras manchadas con su sangre el 13 de mayo de 1981. Y he vuelto a pensar en los versos que escribió para san Estanislao, patrono de Polonia: si la palabra no ha convertido, será la sangre la que lo haga. Siempre permanecí junto a Karol Wojtyla. Yo, un sacerdote acariciado por un don y un misterio”.

***

Fuente: L’Osservatore Romano

Traducción: La Buhardilla de Jerónimo

***

0 Comentarios: