domingo, 5 de octubre de 2008

Apóstoles de la Divina Misericordia

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Beato Miguel Sopocko                        Santa María Faustina Kowalska

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Una vez un sacerdote [el Padre Miguel Sopocko, beatificado el pasado 28 de septiembre] me pidió que rogara según su intención; le prometí rogar y pedir permiso para hacer una mortificación. Cuando recibí el permiso para hacer la mortificación, sentí en el alma el deseo de ceder en aquel día a aquel sacerdote todas las gracias que la Bondad de Dios me había destinado, y pedí a Jesús que Se dignara destinarme todos los sufrimientos y todas las tribulaciones exteriores e interiores que aquel sacerdote iba a soportar en aquel día.

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Dios aceptó en parte este deseo mío y en seguida, sin saber de dónde, empezaron a surgir distintas dificultades y contrariedades, hasta tal punto que una de las hermanas dijo en voz alta estas palabras: “El Señor Jesús debe tener algún plan en que todos ejerciten a Sor Faustina”. Los hechos referidos eran tan sin fundamento que algunas hermanas los afirmaban y otras los negaban, mientras yo, en silencio, me ofrecía por aquel sacerdote. Pero eso no fue todo; tuve también sufrimientos interiores. Primero me dominó el desánimo y cierta aversión hacia las hermanas, luego comenzó a atormentarme una extraña inseguridad. No lograba concentrarme para rezar, varias cuestiones pasaban por mi cabeza causándome preocupaciones.

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Cuando, cansada, entré en la Capilla, un extraño dolor estrechó mi alma y empecé a llorar silenciosamente. Entonces oí en el alma esta voz: Hija Mía, ¿por qué lloras? Si tú misma te has ofrecido a este sufrimiento; debes saber que lo que tú has recibido por aquella alma es una parte muy pequeña. Él sufre todavía más.

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Y Le pregunté al Señor: ¿Por qué Te comportas con él de este modo? El Señor me contestó que por la triple corona que le era destinada: la de la virginidad, la del sacerdocio y la del martirio.

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En aquel momento una gran alegría dominó mi alma, al ver qué gloria tan grande que él recibiría en el Cielo. Entonces recé el Te Deum por esta singular gracia de Dios, es decir, por haber conocido que Dios Se comporta así con aquellos a los cuales desea tener cerca de Él. Pues nada son todos los sufrimientos en comparación con lo que nos espera en el Cielo.

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Fuente: Diario de Santa María Faustina Kowalska

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