martes, 23 de septiembre de 2008

El Padre Pío y el Sacrificio de la Misa

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San_Pío

San Pío de Pietrelcina

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Todos los que asistieron a la Misa del Padre Pío, quedaron admirados por la lentitud y el dolor que ponía en las palabras y los gestos de la celebración… Wladimir d’Ormesson, que fue embajador de Francia ante la Santa Sede en la posguerra, ha dado testimonio de una Misa del Padre Pio a la que asistió. Eran los años 50:

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“[...] A las 6 en punto, el Padre Pío entró en la capilla por una puerta lateral, con la cabeza cubierta por la capucha de capuchino. Ayudado por dos monaguillos, se abrió paso dificultosamente. Como se elevó un clamor entre la asistencia, se volvió para imponer silencio, subió los escalones del altar, se descubrió. Empezaba la celebración.


Lo digo porque es verdad: nunca en mi vida había asistido a una Misa tan conmovedora. Y, sin embargo, tan sencilla. El Padre Pío actuaba siguiendo los ritos tradicionales. Pero recitaba los textos litúrgicos con tal nitidez, con tal convicción; se desprendía tal intensidad de sus invocaciones; sus gestos, aunque muy sobrios, eran de tal grandeza que la Misa adquiría no sé qué proporciones y se convertía en un acto absolutamente sobrenatural, lo que en realidad es y lo que precisamente hemos olvidado con frecuencia que es. Cuando sonó la elevación de la Hostia, luego del Cáliz, el Padre Pío quedó inmóvil en la contemplación. ¿Durante cuánto tiempo tuvo la Hostia, con los brazos elevados, por encima de nuestras cabezas? ¿Cuánto tiempo el Cáliz?... Diez, doce minutos, quizá más… No lo sé… En medio de aquella multitud, sólo se oía el murmullo de su oración. Era de verdad el intermediario de los hombres ante Dios, la extrema punta de la criatura finita ante el Infinito.


En ese momento insigne, yo tenía a no sé cuántos vecinos aupados sobre mis hombros. Literalmente no los sentía. Mi mujer, que se hallaba un poco a mi izquierda y que veía al Padre Pío de lado, en el momento que consagró las especies vio muy claramente brotar sangre de las palmas de sus manos…


Después de bendecir a la asistencia, cuando el Padre Pío abandonó la capilla, me di cuenta, al mirar el reloj, que su Misa había durado exactamente una hora y cincuenta minutos”.

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El Padre Pío vivía realmente en su carne y en su alma los Misterios que celebraba en el altar. La teología católica nos enseña que la Misa es la renovación incruenta del sacrificio de Cristo. En una de sus oraciones solemnes, la Iglesia dice que “cada vez que renovamos la celebración de este sacrificio, operamos la obra de nuestra salvación”. Así, la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza y acción de gracias, memorial del sacrificio ofrecido en la Cruz, pero también “verdadero sacrificio de propiciación para aplacar a Dios y hacerlo favorable a nosotros”. Esta teología de la Misa como sacrificio fue la del Padre Pío durante sus cincuenta y ocho años de sacerdocio. Y él, a quien Dios había querido marcar con los signos visibles de su Pasión, celebraba la Misa experimentando un dolor semejante – pero no igual – que el de Jesús en la Cruz. “Todo lo que Jesús sufrió en la Pasión – dijo – yo también lo sufro inadecuadamente, en lo que es posible a una criatura humana. Y esto a pesar de mis pocos méritos y por su sola bondad”.

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[...] Sí, ciertamente la Misa del Padre Pío no era ordinaria. Y si duraba tanto tiempo, comprendemos un poco más por qué. Pero no era en absoluto un cara a cara entre un sacerdote y su Dios, un encuentro más allá del tiempo y del espacio, una aventura mística que se repetía a diario. Era un sacerdote ofreciendo un Sacrificio y ofreciéndose a sí mismo en sacrificio, de manera no igual, por la salvación de los fieles y por su propia salvación. Los fieles no estaban ausentes del pensamiento del Padre Pío cuando se hallaba en el altar. Muy al contrario. Un día dijo: “En el altar veo a todos mis hijos como en un espejo”. Rezaba por sus intenciones, rezaba por su salvación y les entregaba el alimento de la vida eterna.

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Fuente: “El Padre Pío” de Yves Chiron.

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4 Comentarios:

Anónimo ha dicho

http://www.fedecultura.com/2008/09/introibo-ad-altare-dei.html

Elvis Cuneo - Daniele di Sorco - Raimondo Mameli

INTROIBO AD ALTARE DEI
Il servizio all'altare nella liturgia tradizionale

prefazione di S. Em.za Rev.ma Card. Dario Castrillon Hoyos
postfazione di p. Konrad zu Loevenstein
Edizione Fede & Cultura

Cæremoniarius ha dicho

He quedado maravillado al leer este artìculo. Esto nos muestra (y nos recuerda) que la Misa es hacer presente viva y eficazmente el Sacrificio de Cristo en la Cruz, para Salvaciòn de todos los que en èl creemos.

A todo esto, he venido reflexionando, y tengo algunas razones para afirmar aùn el famoso Extra Ecclesia Nvlla Salvvs , que fue "desechado" por el Concilio. Me gustarìa, si es que fuere posible, publicaren un articulo sobre el tema.

Finalmente, invitarlos a visitar mi humildisimo blog (que no se compara con este): http://sacramliturgiam.blogspot.com

Salutationes in Christo +
MARCVM

Anónimo ha dicho

Un degno culto liturgico come servizio ecclesiale

http://www.pontifex.lazio.it/admin/visualizza.asp?id=243

http://www.pontifex.roma.it/index.php/opinioni/laici/299-il-recupero-di-un-degno-culto-liturgico-come-servizio-ecclesiale

Anónimo ha dicho

http://hocsigno.wordpress.com/2008/09/29/m...menos-polemica/

La página “Pontifex” (http://www.pontifex.roma.it) informa de la próxima aparición en Italia del libro “Introibo ad altare Dei”, publicado por “Fede e Cultura” (Fe y Cultura), y prologado por el cardenal Castrillón Hoyos. Sus autores son Raimondo Mameli, Elvis Cuneo y Danese Di Sorco. “Pontifex” habla con Raimondo Mameli, de treinta y un años, y a punto de entrar en el seminario. Mameli defiende la necesidad de una mayor cultura litúrgica y añade sobre el propósito del libro: “Mostrar, dentro de nuestras posibilidades, a los sacerdotes y acólitos el verdadero sacrificio de la santa Misa. Que sea celebrada dignamente, y sin polémicas inútiles. Pienso que las luchas entre los defensores del viejo y del nuevo rito no sirven de nada, y no llevan a ninguna parte. El rito antiguo no se contrapone al nuevo, ni el nuevo es enemigo del antiguo, ambos pueden coexistir y cada cuál es libre de escoger el que mejor se adapte a su sensibilidad. Creo que, tanto por parte de los defensores del nuevo, como del antiguo, se adopta a menudo un tono excesivamente acalorado. El Papa lo ha dicho claro, en la Iglesia existe espacio para todos”. En la fotografía superior un joven Joseph Ratzinger rezando las oraciones introductorias en una de sus primeras misas: “Et introibo ad altare Dei…”