sábado, 21 de junio de 2008

El imán de Benedicto...

weigel

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Traducimos aquí el artículo de George Weigel (19/06/2008) –aún no publicado en español-titulado “¿Han regresado los días del Latín?”. Si bien no compartimos con Weigel la totalidad de sus afirmaciones, la importancia del autor y la notoriedad que alcanzó su artículo en los medios de habla inglesa, nos impulsaron a darlo a conocer a nuestros lectores.

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¿Se ha determinado el Papa Benedicto XVI a restaurar la Misa en latín que muchos católicos pensaban había sido dejada en el cubo de desechos de la historia? La respuesta, en breve, es a la vez sí y no. Pero ni el “sí” ni el “no”se ajustan a las típicas especulaciones de muchos informes recientes de los medios suscitadas por los comentarios improvisados de un oficial vaticano a una pequeña asociación católica en Gran Bretaña. Para desenmarañar todo esto, ayuda comenzar por el principio.

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Como nos recuerda en sus memorias (“La sal de la tierra”), el joven Joseph Ratzinger fue profundamente influenciado, tanto espiritual como intelectualmente, por el movimiento de reforma del culto público de la Iglesia Católica de mediados del siglo XX – movimiento que ayudó a allanar el camino del Concilio Vaticano II (1962-1965). El Padre Ratzinger fue un perito en el concilio, un experto en teología, y como muchos otros, le dio la bienvenida a la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia: se trataba de una ratificación del movimiento de reforma de la liturgia al que él había largamente apoyado, y de un proyecto para un mayor desarrollo orgánico de la celebración de la Misa. No obstante, en el tiempo inmediatamente posterior al Vaticano II, Ratzinger se dio cuenta de que el desarrollo orgánico había sido echado por la borda por la revolución, siendo los jacobinos de la liturgia un cuadro de académicos decidido a imponer a la Iglesia Católica entera su visión populista de la liturgia.

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En las décadas transcurridas entre el Vaticano II y su elección como Benedicto XVI, Ratzinger se transformó en el líder de lo que vino a llamarse “reforma de la reforma”: una red de laicos, Obispos, sacerdotes y teólogos, apenas relacionados entre sí, comprometidos en hacer retornar el proceso de desarrollo de la liturgia en la Iglesia Católica a lo que entendían ser el auténtico proyecto del Vaticano II. Al ver cómo un CD de canto gregoriano de un oscuro monasterio español alcanzaba el primer puesto en la lista de éxitos, se preguntaban por qué gran parte de la Iglesia había abandonado una de las formas musicales clásicas del catolicismo. Encontrando congregaciones que parecían más interesadas en la auto-afirmación que en la adoración, y sacerdotes dados a hacer de sus respectivas personalidades el centro de la acción litúrgica, se hacían la pregunta de si la prisa por crear una especie de círculo sagrado en el que el sacerdote está de cara a la gente tras la “mesa” eucarística tendría algo que ver con el problema.

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Y recordaban a toda la Iglesia que el Vaticano II no había mandado muchas de las cosas que la mayoría de los católicos pensaban que éste había decretado: por ejemplo, la eliminación del Latín (y el canto) de la liturgia, y el altar separado detrás del cual el sacerdote está de cara a la comunidad.

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En los últimos 40 años, las guerras litúrgicas católicas han tendido a ser entabladas entre los especialistas y los activistas. El mayor grupo disidente del post-concilio, asociado con el excomulgado arzobispo francés Marcel Lefebvre, ciertamente ha tenido sus problemas con la nueva liturgia, pero la causa más profunda del camino de los lefebvristas hacia la ruptura fue primariamente su rechazo de las enseñanzas del Vaticano II sobre la libertad religiosa, a la que consideraron como una herejía. Una aplastante mayoría de los católicos en el mundo ha dado la bienvenida a la nueva forma de la Misa que se hizo normativa en 1970, una Misa celebrada enteramente en inglés (o español, francés, polaco, cualquiera sea la lengua que habla la comunidad). Con el tiempo comenzó a retroceder esa ridícula temporada por la que pasó la liturgia católica, y que tuvo su punto máximo en los 70 – con Misas “payaso” (con el sacerdote vestido como Bozo o cosas por el estilo), oraciones espontáneas que ignoraban el rito prescripto, espantosa música pop, inoportunas “danzas litúrgicas”, y una general falta de decoro. Una re-sacralización del culto católico se fue haciendo evidente en muchas parroquias. Lo que Ratzinger y otros especialistas habían llamado “la reforma de la reforma” estaba en proceso desde las bases, y por propio impulso.

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Fue para acelerar esa “reforma de la reforma” que Benedicto XVI firmó un decreto el verano pasado permitiendo el uso generalizado del Rito Romano de 1962, conocido técnicamente como el Misal de Juan XXIII. En medio de las recientes y afiebradas especulaciones acerca de que los días del latín están aquí nuevamente, es importante destacar lo que el Misal de Juan XXIII no es. No es el “Rito Tridentino”, porque incluye modificaciones al Misal prescripto por el Concilio de Trento en el siglo XVI; no es la “Misa de Pío V” que algunos católicos “megatradicionalistas” sostienen ser la única forma válida del culto católico. Es, de hecho, la Misa en la forma en que fue celebrada todos los días en cada una de las sesiones del Concilio Vaticano II. (El Misal de 1962 contenía una oración del Viernes Santo para la conversión de los judíos, oración que algunos de estos – ciertamente no todos – consideran ofensiva. Después de una breve ráfaga de criticismo, Benedicto XVI modificó la oración; y continúan las conversaciones sobre una alteración futura. La oración modificada fue usada en el pequeño número de comunidades católicas que celebró la Semana Santa del 2008 de acuerdo al Misal de Juan XXIII; no se siguió ningún pogromo, y la discusión parece haber terminado).

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De alguna manera es irónico que la “antigua Misa en latín” que Benedicto XVI ha permitido es precisamente la Misa tal como fue conocida por el Papa Juan XXIII, héroe del progresismo católico. Pero, de hecho, hay algo “progresista” - en el sentido de reformista- en la estrategia de Benedicto.

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Sí, la Misa de Juan XXIII se celebra en latín, y sí, casi siempre es celebrada (aunque no necesita serlo así) con el sacerdote y la comunidad mirando hacia la misma dirección mientras rezan – dirigiendo juntos la mirada – como enseña la teología litúrgica clásica – hacia el Retorno de Cristo y la inauguración de la Jerusalén Celestial. Pero la razón del Papa en hacer que esta forma de la liturgia sea más ampliamente disponible no es ni nostálgica ni retrógrada. En lugar de esto, al fomentar la celebración generalizada de esta forma clásica del rito romano – el cual está siempre en desarrollo – Benedicto XVI intenta crear una especie de imán litúrgico que lleve la “reforma de la reforma” hacia una mayor reverencia dentro del culto público de la Iglesia Católica. Haciendo esto, el Papa también está recordando a la Iglesia que, como dice el Vaticano II, la Misa es un momento de participación privilegiada en la “liturgia celestial que se celebra en la Ciudad Santa de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero”. En otras palabras, “ir a Misa” no es algo que hacemos para nosotros mismos, o algo que nosotros mismos inventamos; el culto litúrgico es nuestra participación en algo que Dios está haciendo para nosotros.

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¿Significará esta “reforma de la reforma” Benedictina que toda parroquia católica tendrá pronto al menos una celebración dominical de la Misa en latín, usando el Misal de Juan XXIII? No parece probable, incluso porque hoy muy pocos sacerdotes son competentes en latín. Pero en aquellos lugares donde la Misa en latín de 1962 sea celebrada con reverencia y sin adiciones nostálgicas (por ejemplo, antiguas vestiduras adornadas con encaje), será una fuente de alimento espiritual para la minoría que prefiera esta forma de culto, incluso al introducir a una nueva generación en lo que será, para ellos, una nueva forma de liturgia. En los encuentros internacionales, el uso de este rito en latín puede ayudar a revivir esta antigua lengua como lengua católica común para el culto en común – algo no pequeño en una iglesia crecientemente diversificada y pluralista. La celebración generalizada de la Misa según el Misal de Juan XXIII puede llegar a ser el imán reformista que Benedicto quiere que sea, para atraer a los seminaristas y al clero parroquial, animando a aquellos que ya trabajan en la re-sacralización de la liturgia.

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¿Y con el tiempo, cuál sería el resultado? Casi seguramente no que “los días del latín han regresado” a cada parroquia católica, sino una celebración de la Misa más reverente y orante, de acuerdo al Misal de 1970 reformado, y a lo que el Concilio Vaticano II realmente prescribió.

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George Weigel, columnista del NEWSWEEK, es un distinguido profesor del Washington’s Ethics and Public Policy Center y autor de la biografía de Juan Pablo II más vendida en el mundo. Ver artículo original.

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